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Historias de la Historia de Carli Claa

04/12/2012 – El fusilamiento del primer líder popular

 


 

El fusilamiento del primer líder popular

Por Carlos C. Claá *


 

A 183 años del asesinato del caudillo federal Manuel Dorrego.


“Participo al gobierno de que el coronel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden. La historia juzgará imparcialmente si ha debido morir o no”, escribió el unitario Juan Galo de Lavalle el 13 de diciembre de 1828. Momentos después de que el caudillo federal, “el padrecito de los pobres”, el primer líder popular, fuera muerto en Navarro, provincia de Buenos Aires.

Manuel Dorrego había sido gobernador desde agosto de 1827. Y allí empezó a firmar su propia muerte, pues desde el primer día los unitarios conspiraron para que los días federales, en su tierra, se acabaran cuanto antes.

En el libro “El loco Dorrego”, el historiador Hernan Brienza lo define como un personaje terco, obstinado, incansable. Un ejemplo de esa descripción es que, al ser elegido gobernador, al coronel le ofrecieron el asenso de grado a capitán. Pero Manuel declinó el favor, y les aclaró que a tal honor lo debía ganar en el campo de batalla, o no ostentarlo jamás.

Su política, antes de la gobernación, fue más cercana a los pobres, a la unión e igualdad nacional y al federalismo más puro. Sin embargo, durante sus años de gobernador, y a pesar de sus esfuerzos, debió alejarse un poco de su doctrina esencial. El interior confiaba en su figura, por lo tanto las provincias habían delegado en él el manejo de las relaciones exteriores y las guerras.

De a poco, ese honor concedido por el resto del país, lo fue acosando hasta que los unitarios encontraron el momento indicado para dar el golpe de estado buscado.

La guerra con Brasil era el gran problema. Entre otras cosas, culpa de este enfrentamiento, ya había rodado la cabeza de Bernardino Rivadavia, quien debió renunciar por las malas negociaciones de paz que había realizado su ministro enviado Manuel José García. Luego de este suceso iba a asumir Dorrego. Pero al caudillo federal lo iban a presionar tanto, que esas batallas terminarían por cobrarse otra figura de gobernador.

Dorrego tuvo que dirigir los destinos de Buenos Aires sin el apoyo de la elite porteña, que lo consideraba un ejemplo ideal de la barbarie. Además de la presión que recibía de los buques militares de Brasil, Inglaterra comenzó a acosarlo. No solo con acciones militares, sino también diplomáticamente. A través de un representante de la Corona e, indirectamente, con el trabajo del Banco Provincia, que era controlado por capitalistas británicos.

Sin apoyo, el líder nacional debió firmar un tratado desventajoso. Él sabía que, subrepticiamente, también rubricaba el final de su gobierno.

Los ejércitos que habían luchado y alcanzado un triunfo militar en Brasil, volvían desilusionados por el accionar de su líder, que no había podido trasladar la victoria en el campo de batalla, a la mesa de negociaciones. Se sentían traicionados.

En ese momento, los unitarios porteños encontraron su oportunidad. Con Lavalle a la cabeza –quien había exigido ser el único jefe-, el 1° de diciembre de 1828 se realizó el primer golpe de estado de la historia nacional a un gobierno republicano y popular.

En la mañana del primer día del último mes del año, tropas unitarias llegaron hasta el centro de la ciudad y exigieron el retiro de Dorrego. Manuel sabía que, sin fuerzas militares, nada podía hacer para permanecer en el cargo, entonces tomó su caballo y rumbeó a Quilmes, para instalarse en la campaña, reunir las fuerzas necesarias y volver a ser el líder político de Buenos Aires.

Mientras tanto, en las calles del centro porteño, se vivía una de las elecciones más raras, increíbles y ficticias de la historia argentina. Como había que legitimar al golpista, para otorgarle el poder que había ido a buscar, improvisaron un plebiscito al pie de una capilla. La clase alta de Buenos Aires se hizo presente en la ceremonia y, a viva voz, una persona cantaba el nombre de los candidatos. Como era demasiado dificultosa la tarea de contar la cantidad de votos que sacaba cada uno, rápidamente perfeccionaron el sistema. Las personas debían levantar su galera al escuchar el nombre de su candidato. Y así, por amplia mayoría, fue electo Juan Lavalle. De los 81 “notables” porteños que votaron, 79 lo hicieron por el general golpista. Menos de cien personas decidían el futuro de la provincia más importante y conflictiva del país.

A pesar de los intentos de resistencia de Manuel Dorrego, Lavalle había sellado su destino: para gobernar en paz no podía más que matarlo. El federal se sabía derrotado. Estaba solo y ciego. Por lo tanto, cuando le dieron alcance y lo apresaron, supo que ese era su final.

Lo arrastraron hasta Navarro, pero sus aprehensores siempre lo trataron con el respeto que merecía. Manuel insistió en reunirse con su captor, pero Lavalle se resistió a atenderlo. Sus laderos le decían que para gobernar debía eliminar la figura principal del federalismo y el flamante gobernador no podía distraerse de su objetivo.

El 13 de diciembre de 1828, Manuel Dorrego fue fusilado. Solo tuvo tiempo para escribir algunas cartas. Cuando le anunciaron que era su hora de morir, tuvo un gesto que se transformó en un símbolo. Para no manchar de sangre su chaqueta federal, le pidió a Gregorio Lamadrid que intercambiaran sus atuendos. Por el respeto que le tenía, el militar unitario aceptó. Por eso, cuando las balas del pelotón acabaron con su vida, la casaca unitaria se manchó de sangre federal.

Como una ironía del destino, y a pesar de que Lavalle le había dado muerte a Dorrego para evitar una guerra interior, desde ese momento comenzó una cacería cruel e inexplicable contra la gente del interior. Muchas casacas unitarias se mancharían de sangre federal en ese tiempo.

Allí terminó la vida del primer líder nacional y popular, que siempre había estado cerca de la muerte, como en aquel viaje en el que había sido tomado prisionero por un barco pirata. Poco después el buque hostil fue detenido y arrastrado hasta las orillas de Santo Domingo. Allí, junto a los demás tripulantes del barco, estuvo condenado a muerte. Y, a pesar de las súplicas y de las innumerables explicaciones, nadie le hacía caso. Solo a último momento alguien averiguó quién era y Dorrego quedó libre.

Luego de la muerte del coronel, el gobierno se decidió a perseguir a todo el que ostentara la divisa punzó. Desde ancianos hasta niños fueron asesinados. “Algunos eran atados a las bocas de los cañones y despedazados cuando disparaban proyectiles”, cuenta Brienza. Fue un año sombrío: 1829, el único año en la historia nacional en que se registraron más muertes que nacimientos.

*Abogado, diplomado en Historia Política Argentina. Estudiante de Periodismo.

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