El caso Juan Duarte
Por Carlos C. Claá *
El hijo ilegítimo de un estanciero de Junín, el joven que fue viajante y vendedor de jabones Radical, es el mismo que tuvo una vida de película. En menos de una década pasó a ser el secretario personal del mismísimo Juan Domingo Perón –cuando aún no era presidente–, conoció la fama, los excesos, las mujeres más deseadas, la corrupción y, con la muerte de su hermana, sufrió el ocaso y su propio deceso.
En 1953, los detractores del presidente Perón alternaban sus chistes sobre el primer mandatario y las jóvenes de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), con denuncias de corrupción y traiciones dentro del propio gobierno. De lo primero, Juan Domingo no quiso cambiar nada. Pero, para solucionar los trascendidos sobre sus dirigidos, mandó a hacer una investigación de su propio elenco. Las voces públicas se multiplicaron cuando un suceso oscureció la pesquisa que se estaba produciendo: el 9 de abril, se suicidaría su cuñado, Juan Duarte.
Desde la muerte de Evita, nueve meses atrás, algunos de sus funcionarios más allegados habían comenzado a tambalear. En esa ola, uno de los principales perjudicados sería su hermano Juan. Aquel que había llegado a Capital una tarde, a fines de 1944, cuando Eva le indicó: “Vas a ser secretario privado del Coronel. ¡Portate bien y no me hagas cagadas!”. Pero a “Juancito” le gustaba tanto la noche como a su jefe el poder, así que usaría su nuevo trabajo para aprovechar los beneficios que podía brindarle.
En la famosa gira de Eva Perón por Europa, Juan recibió más de una reprimenda por su actitud de mujeriego empedernido. Una investigación de Jorge Camarasa sobre ese viaje indica que hay dos versiones sobre el suceso: “Una, la de Lilian Guardo, es escueta: ´La señora estaba indignada y lo amenazó (a su hermano) con enviarlo en avión a Buenos Aires si no deponía su actitud´. La otra, del escritor Abel Posse es bastante más explícita: ‘Juan Duarte y Dodero salían de putas con los oficiales… Eva intervendría duramente con tremendas palabrotas gritadas telefónicamente a su hermano: Una puta más y te volvés a la Argentina de inmediato. ¡Hay que demostrar que somos un pueblo educado y no un pueblo de hijos de puta y milongueros como vos!´”.
Durante su década de esplendor, Juan Duarte se hizo asiduo visitante de los cabarets porteños, y se paseó con cada modelo y actriz que quiso. Se dejaba ver con Malisa Zini, Fanny Navarro y Elina Colomer, a quien apodaba “la gauchita” y que fue la única que participara del velatorio de Juan, al que definió para todos los medios de comunicación: “Ha sido mi gran amigo, y guardo de él los mejores recuerdos”.
Mientras tanto, muchas sospechas lo incluían dentro de negociados turbios. Camarasa explica que se comprobaron ciertos negocios que hacía con Jorge Antonio y Carlos Fudner, quien había sido capitán de la Gestapo del Tercer Reich, facilitó la entrada de nazis al país, protegió a personajes como Adolf Eichmann y fue amigo personal del cuñado del presidente. Además, según relata Hugo Gambini en la Historia del Peronismo, volumen II: “Circulaba una versión que le asignaba la dirección de una red de mataderos clandestinos, cuya existencia había comenzado a gravitar en el precio de la carne”.
Por todas esas apreciaciones, el 3 de abril –cinco días antes de su suicidio–, Perón iniciaría una investigación contra su cuñado. Ante el resultado de dicha pesquisa, Juan Duarte declinaría de su cargo. Su renuncia se publicaría el día posterior en los matutinos nacionales. En el último párrafo indicaba: “No necesitaría decirle que usted, mi general, habrá de contar con mi más sincera y profunda gratitud, pero quiero dejar constancia clara de ello, como también de mi inquebrantable lealtad y de mi inconmovible adhesión. Ruégole tener presente mi cariñoso saludo que le transmito, con su respeto, en un estrecho abrazo. Juan Duarte”.
Es probable que la acelerada retirada de “Juancito” de la vida pública tuviera que ver con los discursos exasperados de Perón de aquellos días, hablando de los “ladrones y alcahuetes” que lo rodeaban. El miércoles 8, el presidente dio un encendido discurso en el que expresó: “Cuando la persona deja de ser honrada y yo lo puedo comprobar, estén seguros que irá a la cárcel, así sea mi propio padre”. Y agregaría: “Hemos de terminar con los ladrones y he de terminar también con todo aquel que se me demuestre que esté robando y coimeando en el gobierno”. Según Gambini, para la opinión pública no hubo dudas de que ese mensaje fue traducido como una acusación directa a su cuñado que comenzaba a transitar sus últimas horas de vida.
La noche del 9 de abril, Juan Duarte iría con Orlando Bertolini, el esposo de otra de sus hermanas, a un bar. Este sería el último en verlo con vida, y relataría: “Esa noche bebimos unos tragos de wisky, no muchos, y cuando nos despedimos, a eso de las doce y media, me tomó de los hombros y me clavó la mirada. ´Andate derecho a tu casa´, me dijo. Y no entendí sus palabras, pero al día siguiente comprendí todo. Juancito estaba muerto de un tiro en la sien. ¡Qué espanto!”.
Esa madrugada, Juan aparecería sin vida, en su habitación. En el piso, un revólver calibre 38 y en la mesa de luz, una carta de despedida al General: “Mi querido Perón: la maldad de algunos traidores de Perón y los enemigos de la Patria me han querido separar de usted, enconado por lo mucho que usted me quiere y lo leal que soy; por ello recurren a difamarme y lo han conseguido”. Y en el párrafo final, escribió: “Vine con Eva y me voy con ella gritando: Viva Perón, viva la Patria y que Dios y su pueblo lo acompañen siempre. Mi último abrazo para mi madre y para usted. (Firmado) Juan Duarte. Perdón por la letra, perdón por todo”.
La causa se cerró rápidamente con la carátula de suicido, a pesar de que su madre insistiría con la versión de que a su hijo lo asesinaron. Perón indicaría en su autobiografía que Juan Duarte pasó su última noche con él. “Una noche cenó tranquilamente conmigo, se fue a su casa y se pegó un tiro en la cabeza”, escribiría. Aún así, está comprobado que los últimos días, el presidente ya no lo recibía. El ultra oficialista diario Democracia acotaría, de manera visiblemente exagerada, sobre el suceso: “Un dolor más, también éste irreparable y profundo, ha puesto nuevamente a prueba el sencillo y noble corazón del Conductor”.
Dos años después, una vez depuesto Juan Domingo Perón, una comisión reabrió el caso Duarte e intentó investigarlo a fondo. Se reunieron pruebas y testimonios para dilucidar si se había tratado, o no, de un asesinato. Como suele suceder, los investigadores no se pusieron de acuerdo y, a pesar de haber producido un frondoso expediente, la causa se fue disolviendo y nunca pudo cerrarse. La idea del homicidio quedó flotando en la mente de sus familiares, de algunos investigadores y de parte de la opinión pública, hasta terminar por diluirse con el mero paso de la historia.
*Abogado, diplomado en Historia Política Argentina. Estudiante de Periodismo.