“Quiera el pueblo votar”, historia de las elecciones
Por Carlos C. Claá *
“Establecimos en varios puntos depósitos de armas y encarcelamos como unos veinte extranjeros complicados en una supuesta conspiración; algunas bandas de soldados armados recorrían de noche las calles de la ciudad, acuchillando y persiguiendo a los mazorqueros. En fin: fue tal el terror que sembramos entre toda esta gente, con estos y otros medios, que el día 29 triunfamos sin oposición”.
Este párrafo fue extraído de una carta, en la que Domingo Fausitno Sarmiento le cuenta a un amigo sobre las fraudulentas elecciones de 1857, que, considerando lo anterior, lo consagrarían ganador indiscutido y lo llevarían a gobernar el país desde 1858 hasta 1864.
Hoy, impensado. Hasta hace 99 años atrás –cuando se sancionara la Ley Sáenz Peña-, el fraude electoral era tan común, que a nadie se le hubiese ocurrido protestar. Esa era la “democracia” con la que el país convivió durante sus primeros 60 años de vida.
Los comicios eran un mero trámite, en donde el voto era “masculino y cantado”, y se hacía lo que el caudillo zonal decía. Si alguien intentaba revelarse y contrariar la decisión de su líder, la sanción rondaba entre la expulsión del trabajo –los que tenían más suerte-, hasta la pérdida de la propia vida.
Además, el sufragio era voluntario. Por lo tanto solo se presentaban aquellos que estaban identificados, o presionados, por algún representante. Los seguidores de los postulantes solían cruzarse frente a los lugares donde se organizara la votación –principalmente en iglesias- y lo que comenzaba con insultos, terminaba en empujones, golpes y otras atrocidades.
Los gobernantes de turno no solo contaban con la ayuda de la fuerza pública para “convencer” a los votantes. Tenían otros métodos más originales, como hacer valer las libretas de los muertos –que ese día no descansaban en paz-, falsificar padrones y quemar urnas.
Mitre, Sarmiento, Avellaneda, Roca, Juárez Celman, Luis Sáenz Peña, Roca –nuevamente-, Quintana y Roque Sáenz Peña; todos ellos fueron escogidos presidentes de la nación a través de elecciones engañosas. Donde la voluntad del pueblo no era escuchada y solo se hacía caso a lo que la oligarquía dominante creía mejor para el país y, principalmente, para su propio interés.
Fue gracias al accionar de Roque Sáenz Peña, que el rumbo de la historia iba a torcerse. Este abogado porteño había sido elegido presidente con tantas irregularidades como sus antecesores. Aún así, propuso cambiar la normativa electoral. En 1912 se sancionaría la ley 8.871 General de Elecciones. Desde aquí, el voto sería universal, secreto y obligatorio.
A pesar de que ni las mujeres, ni los extranjeros, quedaban incluidos en la ley Sáenz Peña, la evolución se reflejó en que las grandes masas pudieron empezar a manejar, a través de su voluntad, el futuro del país.
Sáenz Peña no viviría para ver las primeras elecciones libres y sin fraude en la historia de Argentina. Murió en 1914, un año antes de que el pueblo eligiera a Hipólito Yrigoyen, candidato de la Unión Cívica Radical.
Desde allí todo podría haber funcionado mucho mejor. Sin embargo Argentina suele tropezar con las mismas piedras. Es por eso que, en 1930, se produciría el primer golpe militar, la ley Saenz Peña no sería respetada y se volvería al fraude electoral.
Uriburu sería designado presidente, con la oposición proscripta y perseguida, y adulterando el resultado de las urnas. En las ediciones del diario La Vanguardia, de noviembre de 1931, pueden leerse algunas denuncias de los electores. Estos informaban que no había cuartos oscuros, por lo que debían votar frente al presidente de mesa y éste, revolver en mano, solo les permitía sufragar a favor del partido conservador. Que quien se atrevía a contrariar las ordenes y elegir a la oposición, era detenido por un par de horas. O que un presidente de mesa llegó a registrar 300 votos, todos a favor de Uriburu, cuando en su urna solo debía haber 260 boletas.
La siguiente elección, del militar Agustín Justo, fue tan falsa como la de su antecesor. Según explica el historiador Felipe Pigna: “Los generales no tenían ningún problema en admitir que habían hecho fraude, pero un fraude patriótico, porque se hacía para salvar a la patria de la chusma radical”.
En 1947, durante el gobierno de Juan Domingo Perón, y con influencia de su esposa, Eva Duarte, se sancionó la ley 13.010, que permitió que las mujeres pudieran acceder a las urnas y participar así, del sistema democrático nacional.
Luego, la posibilidad de ejercer el derecho de voto se vio interrumpida, en numerosas ocasiones, por los sucesivos golpes militares que el país sufrió.
La historia del voto en Argentina es larga y sinuosa. Como un camino de adoquines, donde el andar es desparejo, entreverado y confuso. Mucha gente luchó, y hasta dejó su vida, para que el voto hoy sea un derecho y una obligación. Es por eso que los días de elecciones deben ser tomados con la responsabilidad que merecen.
Entonces, el deseo del autor de este artículo, es el mismo que el que Roque Saenz Peña hizo público al presentar la ley que cambiaría el rumbo de los comicios nacionales: pretender que con conciencia, respeto e inteligencia, “quiera el pueblo votar”.
*Abogado, diplomado en Historia Política Argentina. Estudiante de Periodismo.