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Historias de la Historia de Carli Claa

11/12/2011 – Los Caballeros de la Noche

 


 

Los Caballeros de la Noche

Por Carlos C. Claá *


El derecho tiene una particularidad: siempre va detrás de los hechos. El artículo 18 de la Constitución explica: “Ningún habitante de la Nación puede ser penado sin juicio previo fundado en ley anterior al hecho del proceso”. Es decir que, para que sea delito, debe haber una ley que así lo indique.

La primera vez que este principio del derecho se puso en práctica fue en 1881, año en que comenzaba a construirse el canal de Panamá, en Kansas se prohibían las bebidas alcohólicas y en Argentina se establecía el peso como moneda nacional.

Ese año, en Buenos Aires, una agrupación conocida como “Los Caballeros de la Noche”, hacían su irrupción estelar en la elite porteña, luego de la muerte de Doña Inés Indart e Igarzábal de Dorrego, una multimillonaria dueña de extensos campos y quien había tenido la generosidad de donar terrenos para construir la estación ferrocarril de Flores. La mujer había sido velada con todas las pompas para luego ser sepultada en la bóveda de la familia, en el cementerio de la Recoleta.

Días después de su muerte, una carta llegaría al domicilio de una de las hijas de Doña Inés, Felisa Dorrego de Miró Quesada. En ella se anoticiaba a los herederos de que el cadáver de su madre había sido secuestrado, y para su devolución se exigía el pago de dos millones de pesos.

Los sobrinos de Felisa fueron hasta el cementerio deseando que fuera solamente una broma de mal gusto. Pero comprobaron que el cajón había desaparecido de la bóveda. Los secuestradores tenían el cuerpo de Doña Inés.

Como “pertenecer tiene sus privilegios”, la familia contó con la ayuda de los mejores hombres de la policía, quienes sigilosamente –para no alertar a los delincuentes– comenzaron a investigar dónde estaba el cuerpo de Doña Inés y quiénes eran esos misteriosos “Caballeros de la Noche”.

El cementerio de la Recoleta se colmó de policías que buscaban pistas para resolver el asunto. Mientras tanto, arrestaban a aquellos que tuvieran actitud sospechosa. Como ninguno resultó ser parte de la banda, debieron liberarlos inmediatamente.

El jefe de policía, Marcos Paz, había realizado una deducción acertada: Nadie puede salir del cementerio con un cajón a cuestas. Entonces, lo más probable era que los ladrones hubiesen sacado el cajón de la bóveda de los Dorrego para mudarlo a otro lugar dentro del mismo predio.

Gracias a esa perspicaz conjetura y a las pistas que fueron hallando, terminaron por encontrar el cajón de ébano a menos de 100 metros de donde originalmente Doña Inés debía estar descansando en paz. La primera parte del misterio estaba resuelta, pero todavía quedaba por averiguar quiénes eran los integrantes de la misteriosa agrupación.

Otra vez, un importante grupo de policías se puso a disposición de la familia para detener a los secuestradores mientras intentaran cobrar el rescate. Había vigilantes apostados en el mirador de la residencia de Doña Felisa: el palacio Miró –cuya cúpula era la más alta de la ciudad–, y otros vestidos de civiles en las calles del centro, para detectar cualquier movimiento sospechoso.

Estaban disfrazados de tal manera que no faltaron situaciones cómicas, como la de un guardia que arrestó a un colega suyo, vestido con harapos, porque caminaba por la calle en forma enigmática. Solo podían identificarse por un rasgo muy particular: el bigote, que anecdóticamente fue de uso obligatorio para todos los policías desde 1879 hasta 1894.

La acción comenzó en horas de la tarde. A la puerta de la mansión Miró llamó un mozo de cordel, que era un joven que se paraba en las esquinas y era contratado para llevar cargas o sobres de un destino a otro. Por supuesto, el chico no sabía que estaba ayudando a cometer una fechoría, por lo que los policías decidieron no arrestarlo, sino seguirlo para que lo llevara con los verdaderos delincuentes.

De esa manera se inició la que, probablemente, haya sido la primera persecución policíaca de la historia argentina, digna de una película de Hollywood.

El mozo de cordel caminó algunas cuadras, hasta llegar a la estación de ferrocarril. Allí le pasó el paquete –que en teoría debía contener el dinero del rescate, pero estaba lleno de papeles-, a un nuevo joven que debía transportarlo en tren hasta el destino.

Al mismo vagón subieron miembros camuflados de la policía. En el viaje se enteraron que el paquete debía ser tirado desde un puente a la altura de las Barrancas de Belgrano. Por eso, cuando llegaron al lugar, el tren frenó su marcha y, además de tirar el paquete, descendieron los policías.

Descubrieron que los secuestradores comenzaban a fugarse en un coche de alquiler, por eso uno de los guardias exigió a un lechero que le diera su caballo, otro tomó un carro que estaba en la calle, persiguieron y dieron alcance a los delincuentes.

Además de los dos que escapaban en carreta, fueron detenidos otras siete personas. Los Caballeros de la Noche era una sociedad organizada, con estatuto, reglamentos y hasta cartas con membrete.

Lo particular del caso, es la resolución: Luego del juicio a los integrantes de la organización y, tras una brillante actuación del abogado defensor Rafael Calzada, de 28 años, los caballeros quedaron en libertad. El fundamento fue simple: Hasta esa fecha, el Código Penal no contemplaba en ninguno de sus artículos el secuestro de cadáveres. Por lo tanto, no se había cometido delito alguno.

Tiempo después, debido a las críticas de la opinión pública, el Poder Legislativo agregó el artículo 171 al Código Penal: “Sufrirá prisión de dos a seis años, el que sustrajere un cadáver para hacerse pagar su devolución”.


*Abogado, diplomado en Historia Política Argentina. Estudiante de Periodismo.

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