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Preocupa el estado de los hermanos abusados por su propio tío


SANTIAGO DEL ESTERO

Preocupa el estado de los hermanos abusados por su propio tío

Personal de la Dinaf los evaluó. Permanecen con temor por las menazas y ante la incertidumbre porque el acusado sigue prófugo.

Once día transcurrieron y el tío abusador aún continúa lejos de las rejas. Por su faena carnal, cinco jóvenes se vieron forzados a dejar su casa y aguardan -recluidos- lejos que la Justicia lo detenga por el abuso sexual al menos de uno de sus hermanos.

En diálogo con EL LIBERAL, anoche confesaron: “Vino a vernos la gente de la Dinaf (Dirección de la Niñez Adolescencia y Familia) y vio que no tenemos nada. Dormimos en el piso. Y, sabe, ya estamos cansados: del miedo, de sentirnos abusados y ahora de vivir de prestado”.
Los jóvenes tienen 14, 16, 18 y 20 años. Siete años atrás, un padre golpeador y una madre apaleada y curtida por las palizas los relegaron a un plano intrascendente, forzándolos a la soledad, la carencia total de protección, al hambre y a los riesgos. En medio del monte, eran cinco niños de 7, 9, 11 y 13 años las mellizas. “Cuando se fue nuestro padre sentimos algo de tranquilidad. Era muy triste ver cómo pegaba a mi mami. A su modo, ambos fueron responsables; pero más mi papi porque él nos gritaba y también pegaba a todos”.
Juana (identidad ficticia) verbaliza años de tristeza y abusos. “Al quedar solos, empezamos a organizarnos. Nos despertábamos a las 5.30. No teníamos luz, ni un reloj de despertar. Me acuerdo, íbamos tipo 6.30 a la escuela. Caminábamos 10 kilómetros para ir y volver”.
Recuerda una anécdota risueña: “Una vez despertamos asustados. Pensamos que ya era tarde. Nos pusimos las mochilas y apuntamos para salir a la escuela. La luna estaba grande y redonda. Aún no aparecía el sol triste. Como no había un reloj, por poco no fuimos a la escuela. No sé cómo, nos dimos cuenta que en realidad eran las 12 de la noche. Y faltaba muchísimo para el amanecer”.
Ahonda: “Gracias a Dios en la escuela desayunábamos y comíamos. Ayudaba algo. Los fines de semana era todo un tema. Cada uno tomaba dos mates. No había para más. A la más chiquita debíamos cuidarla más y se nos complicaba. No entendía nada”, subrayó.
“Sabe, hoy con 20 años le confieso que para mí las palabras van perdiendo sentido, significado. Creo que lo peor nos pasó. Aún así, seguimos vivos”, añade Paula.
Silencios del corazón
“Hoy todo tiene un sentido. Pero cuando éramos chicos, teníamos nuestro mundo. Jugábamos solitos. Por ahí, llorábamos, pero lo bueno es que nos protegíamos. Dios nos dio al menos amor entre hermanos”, complementa.
Consultados sobre el tío abusador, las chicas coinciden: “‘Él siempre venía a casa. Se hacía el malo. Una vez entró con su caballo. Nos gritó a todos”.
Requeridos cuándo empezaron los abusos. “Siempre andaba ahí. Nosotras no tuvimos diálogos de educación sexual, porque nadie nos cuidaba. Pero sospechábamos que lo que nos hacía no estaba bien. Para eso, tratábamos de no quedar solas. No darle oportunidad a nada”, resaltan.
“Hoy, estamos lejos. No podemos volver a nuestra casa. Está cayéndose. Y es de la familia de mi tío. Algunos nos amenazan todos los días. Y eso es muy doloroso. Tenemos la esperanza de que alguien nos ayude, al menor a tener un techo. Al menos eso nos hará sentir un poco mejor”, destaca una de las mellizas.
Es tanta la soledad que los chicos no logran dimensionar y clarificar entre lo urgente y lo importante. Pareciese que hubiese un espacio en su universo mental en que las calamidades vividas eran naturales para cinco niños, ausentes de lo básico: un tiempo para las travesuras y los juegos.
Hoy, leen los diarios todos los días. Comentan entre sí. Y hasta se atreven a preguntarse si eso que se cuenta son fragmentos de sus días aciagos.
“Yo lloro de la nada. No sé qué me pasa”, confiesa otra de las chicas. “Hay días en que me paralizan los recuerdos. Y hasta años en que me parece no viví nada. Como si tuviese la mente en blanco”, explica.
¿Qué esperan de sus padres?, interroga EL LIBERAL.
“No sé. No hacen lo básico. Sentarse a hablar qué harán con nosotros. Hasta pareciese que estamos mejor sin ellos”, acota otra de las jóvenes.
Mientras tanto, el tiempo pasa y decae todo atisbo de esperanza. “Años sufrimos solos. Parece que así será nuestra vida. Ojalá que esto desaparezca pronto. Mi hermano seguirá su vida; yo estudiaré. Mis hermanas también continuarán con la suya”, augura la mayor.
“Creo que no quedará otra que arreglar nosotros nuestros problemas. Nos aconsejan psicólogos, pero la que más necesita es la más chica. Ella, mañana (hoy) debe ir a la Dinaf. Van a ayudarla. Ojalá que todo salga bien. Nosotros siempre esperamos que baje del colectivo más contenta. No ríe mucho”, enfatiza.

FUENTE: El Liberal

 

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