Una historia de cuernos: Las corridas de toros en Argentina
Por Carlos C. Claá *
A 190 años de la prohibición en el país de la práctica de esta actividad.
Aún el fútbol no era pasión de multitudes, no había más deportes que aquellos rudimentarios que practicaban los indígenas y los españoles imponían su cultura a fuerza de armas. El combo evangelizador incluía, además de religión, maneras de hablar, vestir, comer y divertir, entre otras tantas cosas. Dentro del paquete llegó una actividad, a la que muchos dudan aún hoy en llamarla deporte, favorita en la madre patria: las corridas de toros. Solo 25 años después de que Buenos Aires se fundara por segunda vez, en 1609, comenzaron a practicarse en esta parte del continente. Pero lo que rememora esta crónica no es su desarrollo, sino que el 4 de enero de 1822 –hace 190 años–, por decreto, se prohibían en Buenos Aires las corridas, terminando así con 200 años de práctica de esta cruel disciplina.
Muchos próceres de la historia participaban de este rito. Vale recalcar que gran parte de estos caudillos nacionales habían sido criados y educados en España, por lo que traían incorporadas las costumbres europeas. Cuentan algunos historiadores revisionistas que el General San Martín organizó una corrida de toros en Mendoza, para demostrar la valentía de sus oficiales, asegurando que aquellos que se animaban a enfrentarse: “son locos… ¡Pero de estos locos necesita la patria!”. Otro ejemplo de la mezcla de la política y la tauromaquia se dio en San Juan, al saberse la novedad de la Declaración de la Independencia, se organizó una corrida en la plaza principal para festejar.
La primera corrida de toros de la que se tiene registro se organizó el 11 de noviembre de 1609, para conmemorar el día de San Martín de Tours, patrono de la ciudad de Buenos Aires. Las actividades se desarrollaban en la actual Plaza de Mayo –llamada por aquellos años Plaza Mayor– frente al Cabildo, para que los políticos pudiesen apreciar el espectáculo desde el balcón.
Durante 180 años las corridas se realizaron en la plaza con más historia del país, hasta que las autoridades acordaron con un carpintero que era necesaria la realización de un anfiteatro preparado para que el pueblo pudiese estar cómodo durante el show. Durante 10 años se construyó la primera plaza de toros, que se inauguró en 1791, con capacidad para dos mil personas.
Por supuesto que no todo era algarabía y opiniones favorables. Algunos ya comenzaban a alzar sus voces de descontento con la actividad heredada de la madre patria. Como la protesta que le realizó el Obispo de Buenos Aires, fray Sebastián Malvar y Pinto, al mismísimo Virrey Vértiz. Pero la queja no tenía que ver con la protección de los animales y la crueldad del espectáculo, sino con que los fieles se distraían de sus deberes religiosos, ya que eran muchos los que preferían pasar el domingo en la Plaza de Toros, antes que en la casa de Dios. Vértiz, muy diplomático, adoptó una solución que dejó satisfechos a todos: las corridas se seguirían practicando, pero lo recaudado sería donado a la Casa de los Expósitos. Todos contentos, problema saldado y punto final.
Fue tanto el fervor creado alrededor de los toros que la primera plaza quedó chica. Debieron demolerla y pensar en realizar una nueva. El flamante estadio se construyó en Retiro, tenía capacidad para 10 mil personas y un lujo solo comparable con sus pares españoles. Tanto los espectadores como los toreros tenían todas las comodidades que podían esperar, hasta una capilla para encomendarse a Dios antes de salir a la arena.
Aquella plaza de Retiro no solo trascendió por su ostentosidad y sus galas deportivas. También tuvo su participación en las invasiones inglesas de principios del siglo XIX, donde los vecinos de Buenos Aires se protegieron de los británicos. Durante las luchas de la Revolución, era allí donde las huestes guardaban su caballada. Además, era el lugar indicado para cada celebración importante que debía realizarse.
Pero la afición por este espectáculo decaería estrepitosamente luego de 1810. Desde que las Provincias Unidas del Río de La Plata s liberaron de España, hubo una lógica reacción de rechazo para todo aquello que tuviese que ver con la madre patria. De a poco, el anfiteatro de Retiro fue cayendo en desuso y la gente dejó de concurrir en multitudes a aplaudir a los toreros.
Con la lluvia de críticas llegó el inminente final. Una costumbre cruel y salvaje, que los hacía recordar a quienes habían dominado estas tierras. Un decreto firmado el 4 de enero de 1822 prohibió las corridas de toros en Buenos Aires, que había sido el epicentro de esta actividad. Esa resolución serviría para apurar decisiones similares de las demás provincias. La norma abarcaba a toda forma de realización de la actividad, inclusive aquella en las que se envolvían los cuernos del toro con cuero, para que el torero no fuera lastimado.
Muchos amantes de la tauromaquia, o empresarios ávidos de realizar buenos negocios, intentaron conseguir permisos para volver a realizar las corridas. Pero la justicia fue firme y no cedió. Las únicas que quedaron fueron aquellas que se hacían de manera clandestina, perseguidas por los organismos de seguridad. Pero la pasión por los toros se había extinguido, la ley la prohibía y la gente se fue olvidando de este rito.
Además, el decreto de 1822 sirvió como base para la ley de Protección de Animales –número 2786–, publicada el 25 de julio de 1891. En su primer artículo se declararon “actos punibles los malos tratamientos ejercitados con los animales, y las personas que los ejerciten sufrirán una multa de dos a cinco pesos, o en su defecto arresto, computándose dos pesos por cada día”.
Son pocos los países del mundo en donde todavía es posible encontrar plazas de toros. Se pueden ver en España, por supuesto, o en algún país latinoamericano donde la influencia española en este aspecto fue mayor, como México o Colombia. Pero hasta en aquellos lugares donde la tradición se mantiene, las críticas que reciben son importantes y se hacen escuchar.
En Argentina es cosa del pasado, porque hoy hay otros espectáculos que convocan multitudes y son mucho menos violentos. O, al menos, deberían serlo.
*Abogado, diplomado en Historia Política Argentina. Estudiante de Periodismo.