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Historias de la Historia de Carli Claa

18/03/2012 – La muerte de Juan de Garay, el fundador

 


La muerte de Juan de Garay, el fundador

Por Carlos C. Claá *


El sol de los últimos días del verano litoraleño seguía aplomando tanto como si fuesen días de enero. Y sin embargo, ya era 20 de marzo de 1583 cuando Juan de Garay se embarcó en uno de sus rutinarios y comunes viajes entre su Santa Fe y su Buenos Aires.

Después de fundar ambas ciudades –Santa Fe donde hoy se encuentra Cayastá, y Buenos Aires por segunda vez–, se había transformado en una especie de pacificador ante los conflictos de la comunidad. Un bombero dedicado a apagar, con su sola presencia, los incendios que surgían de aquellos primeros intentos de organizar una nueva sociedad, cuando el virreinato aún era unas pocas ciudades.

Ese 20 de enero de 1583 comenzó a remontar el Paraná, río abajo. Según cuenta la leyenda, quiso demostrarle a un grupo de españoles, recientemente llegados de Europa, que entre los indios estaba tan seguro como en Madrid. Por eso decidió amarrar la nave a una orilla y pasar la noche en tierra y sin guardias. Los timbués no tuvieron misericordia: mataron a Juan de Garay, a un franciscano, a mujeres y a sus soldados, sin reparos. Allí, cerca de la desembocadura del río Carcarañá. Como una ironía del destino, el hombre cuya vida trascendió por haber fundado dos de las ciudades más importantes del país, murió muy cerca de las ruinas del Sancti Spritu, la primera población española en tierras argentinas establecida ahí por obra de Sebastián Caboto 50 años atrás.

La única certeza que se tiene sobre el nacimiento de Garay, es que fue en España. No se puede especificar el año –entre 1527 y 1529–, ni la ciudad. Aproximadamente a sus 15 acompañó a su familia al inhóspito Virreinato del Perú. Su tío, Pedro Ortiz de Zárate y Mendieta, había sido nombrado oidor de la Audiencia de Lima. Formado entre políticos, Juan de Garay no fue ajeno a los tumultos y enfrentamientos, a las expediciones y a las fundaciones de la época. Para 1548 se encontraba en el Alto Perú –hoy Bolivia–, donde participó en la fundación de Santa Cruz de la Sierra, en 1561, y fue regidor del cabildo. Luego se trasladaría a Asunción, desde donde comenzaría a mirar hacia el sur, al actual territorio argentino.

Su misión era darle a Asunción salida al mar y, con ello, una comunicación más efectiva con la lejana España. Para eso, organizó una expedición que bajaría por el río Paraná, compuesta por 80 mancebos de la tierra –como se llamaba a los mestizos–, 75 indios guaraníes y 9 españoles. Mientras Juan de Garay dirigía al grupo que lo acompañaba a bordo del bergantín San Miguel y las embarcaciones menores; otros hombres iban a pie en el margen izquierdo del río, llevando consigo el ganado, los caballos y las carretas. Una crónica de la época elogia a aquellos expedicionarios que debieron recorrer con su fuerza motriz miles de kilómetros, diciendo: “Buenos hombres de a caballo y de pie, porque sin zapatos ni calcetas los crían que son como robles, diestros con sus garrotes, lindos arcabuceros, ingeniosos, curiosos y osados en la guerra y en la paz”.

Juan de Garay dejó a los hombres que dificultosamente iban a pie en el margen del río San Javier y siguió remontando el río, intentando llegar al Plata. Pero a poco de salir tropezó con una columna de españoles que acababan de fundar Córdoba de la Nueva Andalucía. Al parecer, se produjo un conflicto por ver quién tenía jurisdicción sobre esas tierras, de lo que resultó que, en vez de seguir hacia el sur, Garay decidiera volver a donde había dejado a los suyos y fundar, el 15 de noviembre de 1573, Santa Fe.

Pocos años pasaron hasta que le encargaron al adelantado un nuevo trabajo, que significaba un viejo anhelo de la corona española. Pretendían fundar por segunda vez la abandonada ciudad de Buenos Aires. “Pueda el dicho Juan de Garay en el Real Nombre de Su Majestad y en el mío (escribía un vocal de la Audiencia de Charcas) poblar en el Puerto de Buenos Aires una ciudad intitulándola del nombre que le pareciese y tomar posesión de ella, y poner y nombrar justicia”.

Para poblar la nueva Buenos Aires, Juan de Garay buscó gente de Asunción, les ofreció tierras, potros –que abundaban en la zona– e indios. Aún así, fueron pocos los valientes que se arriesgaron en la nueva expedición. El domingo 29 de mayo de 1580, el adelantado llegó a la boca del Riachuelo, donde había desembarcado años antes Pedro de Mendoza y había fundado sin éxito la primera Buenos Aires. Se comenzó a formar un campamento algo más al norte que el del primer intento. El 11 de junio se celebró la ceremonia fundacional: “Yo, Juan de Garay, teniente Gobernador y Capitán General y Justicia Mayor y Alguacil Mayor en todas estas provincias… estando en este puerto de Santa María de los Buenos Ayres, hago y fundo una ciudad… La iglesia de la cual pongo la advocación de la Santísima Trinidad… y la dicha ciudad mando que se intitule Ciudad de la Trinidad”.

Durante los siguientes años se dedicaría a defender sus ciudades del ataque de los indios y de mantener la paz entre sus pobladores. Para esa altura, Juan de Garay era el hombre más influyente de todo el territorio que abraza al Paraná.

Los últimos años de su vida los dedicó a la búsqueda de la fantástica e inexistente Ciudad de los Césares. Un antiguo sueño de los primeros adelantados que creían que en algún lugar encontrarían el paraíso terrenal, la fuente de la juventud eterna, la metrópoli edificada con marfil y oro, el lugar donde la vida era tan agradable que nadie podía, ni quería, regresar. Muchos juraban haberla entrevisto en diferentes lugares y los indígenas tenían innumerables leyendas que hacían referencia y alimentaban a los soñadores españoles. Garay creyó estar rumbeado 60 leguas al sur de su Buenos Aires, sobre una costa “llena de lobos marinos”, según le contó al Rey. Allí donde hoy se encuentre la turística Mar del Plata. Sin embargo no pudo proseguir su travesía y tuvo que volver a Santa Fe para resolver algunos conflictos.

El 20 de marzo de 1583, en uno de sus habituales viajes entre sus ciudades, encontró la muerte en mano de los indígenas, a los que les había perdido el miedo. Allí, cerca de la que fuera la primera población española, se apagó la vida del hombre que intentó dejar de colonizar y comenzar a poblar el territorio americano. Y que creó parte la esencia de lo que algún día otros llamarían Argentina. Según le adjudican, su frase más popular fue: “hay que abrir puertas a la tierra”. Y así lo hizo.


*Abogado, diplomado en Historia Política Argentina. Estudiante de Periodismo.

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