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Historias de la Historia de Carli Claa

25/03/2012 – El día más oscuro de la historia nacional


El día más oscuro de la historia nacional

Por Carlos C. Claá *


“Señores jueces: quiero renunciar expresamente a toda pretensión de originalidad para cerrar esta requisitoria. Quiero utilizar una frase que no me pertenece, porque pertenece ya a todo el pueblo argentino. Señores jueces: ¡Nunca más!” Fiscal Julio Strassera en el Juicio a las Juntas.

Había pasado la medianoche y todos, absolutamente todos esperaban lo peor. Le pidieron a la presidenta que esa velada durmiera en la Casa Rosada. Nadie tenía completa seguridad, pero sí la firme convicción de que en cuanto pudieran, los militares irrumpirían en el palacio presidencial.

María Estela Martínez de Perón, o simplemente Isabelita, no hizo caso – ella se jactaba de no hacer caso nunca, lo consideraba una virtud. En una entrevista al diario Perfil, en 2011, la ex presidente explicaba: “El General Perón siempre me decía: ‘Yo que fui un hombre que por mi condición de militar he manejado a mucha gente, a Isabelita nunca pude manejarla«.

Isabelita no hizo caso y se fue. Subió al helicóptero acompañada de un grupo de colaboradores, rumbo a la quinta de Olivos. Pero a poco de despegar, el piloto se desvió. Argumentó problemas técnicos y explicó que debía aterrizar en Aeroparque. Isabelita sabía lo que le esperaba. A ella y al país. No alcanzó a bajar de la nave cuando divisó a tres integrantes de las Fuerzas Armadas que le anunciaron el golpe de estado y su consiguiente detención.

A la 1, cuando apenas había comenzado el 24 de marzo de 1976, el nuevo golpe de estado ya era un hecho. Mientras María Estela Martínez de Perón era trasladada a Neuquén, donde iba a cumplir su primer año de arresto, se anunciaba por cadena nacional de radio y televisión el inicio del “Proceso de reorganización nacional”.

Que los militares irrumpieran en un gobierno democrático no era algo tan descabellado para esos tiempos, como sí lo comienza a ser ahora. Pero, durante el siglo XIX el país sufrió las dictaduras de 1930, 1943, 1955, 1962, 1966 y 1976. Lo que sí resulta llamativo es la escalada de violencia política- social que se puede notar de un golpe a otro.

La proclama oficial habló de que se habían agotado “todas las instancias de mecanismos constitucionales”, que se “ha demostrado en forma irrefutable la imposibilidad de recuperación del proceso por vías naturales” y que la situación que se vivía en el país “agravia a la Nación y compromete su futuro”. Siguió por explicar que a raíz del vacío de poder “las fuerzas armadas, en cumplimiento de una obligación irrenunciable, han asumido la conducción del estado” –si uno no los conociera, pensaría que fueron unos mártires–.

Resulta anecdótico el segundo párrafo de la declaración, en la que agregó: “Esta decisión persigue el propósito de terminar con el desgobierno, la corrupción y el flagelo subversivo, y sólo está dirigida contra quienes han delinquido y cometido abusos del poder. Es una decisión por la Patria, y no supone, por lo tanto, discriminaciones contra ninguna militancia cívica ni sector social alguno. Rechaza por consiguiente la acción disociadora de todos los extremismos y el efecto corruptor de cualquier demagogia. Las Fuerzas Armadas desarrollarán, durante la etapa que hoy se inicia, una acción regida por pautas perfectamente determinadas. Por medio del orden, del trabajo, de la observancia plena de los principios éticos y morales, de la justicia, de la realización integral del hombre, del respeto a sus derechos y dignidad”.

La dictadura que se inició ese 24 de marzo, por mucho distó de respetar a todos los sectores sociales, de no ser extremista ni de erradicar el efecto corruptor. Mucho menos abogó por la observancia de los principios éticos, morales y, en menor medida, de la justicia. Qué decir entonces de la realización del hombre, de sus derechos y su dignidad, si decenas de miles de argentinos perdieron su vida durante aquellos fatídicos años.

Al gobierno que, tras el derrocamiento de Isabelita había quedado vacante, lo tomó una junta integrada por tres comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas: Jorge Videla, Emilio Massera y Orlando Agosti. Días después, la misma junta eligió al primero para ocupar la presidencia. Según remarca el historiador Felipe Pigna, Videla fue presentado en un comunicado como: “un profesional moderado, lejano de los extremos ideológicos y militante católico”.

Rápido se olvidaron de aquella primera proclama en la que pregonaban la tolerancia, la ética y el respeto a los derechos del hombre, porque sus primeras acciones fueron: imponer la pena de muerte para el que hiriera o matara a un integrante de una fuerza de seguridad, prohibir toda actividad política, clausurar el Congreso y reemplazar a los jueces de la Corte Suprema.

Hasta el regreso de los gobiernos democráticos, Argentina quedó sumida en una nube de terror, el peor que se había sentido y, con suerte, se sentirá por estos lares. Decenas de muertes, de un bando, de otro y de todos los grupos ideológicos que podrían haber existido. Todos, y cada uno de los muertos, eran argentinos.

Lejos queda este artículo de la búsqueda de responsables y la consiguiente repartición de culpas. Pero desde que volvió la democracia, la idea del golpe del ´76 se centralizó en la famosa “teoría de los dos demonios”. Aunque es menester aclarar que en los últimos años, se ha comenzado a reconocer la inacción, la participación o el encubrimiento de distintos sectores civiles, de la Iglesia, de ciertos empresarios y medios de comunicación.

El historiador Tulio Halperín Dongui, explica magistralmente: “Hay una teoría de los dos demonios, pero son dos demonios muy diferentes. Hay un elemento diferenciador entre la violencia surgida de la iniciativa de los guerrilleros, y una violencia que comienza con el secuestro del Estado y el uso de todos los recursos del Estado para ciertas funciones que los que lo han capturado deciden que son importantes y que imponen al resto de la sociedad. Creo que aquí hay una diferencia básica, que tiene una dimensión moral. Y que caracteriza muy bien la naturaleza muy diferente de los dos movimientos».


*Abogado, diplomado en Historia Política Argentina. Estudiante de Periodismo.

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