17 de octubre de 1945
Por Carlos C. Claá *
“La Argentina tiene un fenómeno particular que es difícil de entender: el peronismo. Es partido, movimiento, doctrina, ideología y cultura política al mismo tiempo”. Rosendo Fraga.
“Trabajadores, hace casi dos años, desde estos mismos balcones, dije que tenía tres honras en mi vida: la de ser soldado, la de ser un patriota y la de ser el primer trabajador argentino”. Era medianoche del 17 de octubre y Juan Domingo Perón comenzaba a improvisar uno de los discursos más recordados de su vida.
Los trabajadores industriales habían llegado desde muy temprano a la plaza de Mayo, a pedir al presidente Edelmiro Farrell por la liberación de su líder. Los historiadores difieren en cantidades, pero lo que es cierto es que miles de personas de clases bajas –que no acostumbraban a llegarse al centro de la ciudad- se acercaron desde el mediodía a la Casa Rosada. No pensaron en moverse sino hasta ver a Perón libre, hablándoles desde el balcón. La huelga general y movilización estaba planeada para el jueves 18, pero las ansias de las hordas sindicales –algunas espontáneamente y otras organizadas- adelantaron la fecha al miércoles histórico.
Juan Domingo Perón era aquel militar del G.O.U. que participó del golpe de estado al presidente Ramón Castillo, en 1943. Iba a tener una carrera más que ascendente en los siguientes años, hasta convertirse en el cabecilla de la clase obrera. Había acumulado varios cargos públicos del 1943 a la fecha: Era vicepresidente, Ministro de Guerra y había ocupado el indeseado y no valorado Departamento de Defensa –que sería elevado a Secretaría-, desde donde iba a saber acumular el grueso del poder, cediéndole importantes derechos a los trabajadores. A raíz de esto se produjo un fenómeno peculiar en el país: Los sindicatos se identificaron con un líder de derecha.
Los grupos militares antagónicos, recelosos del poder que Juan Perón había alcanzado, utilizaron algunos disturbios políticos menores de excusa y exigieron al presidente Farrell que tramitara la renuncia de su vicepresidente.
Era tal el respeto que le tenían a Perón, que nadie se animaba a comunicarle la decisión. Finalmente un grupo de ministros fueron los encargados de pedirle su renuncia. El general –según él mismo contaría tiempo después- les dijo: “Se la entrego manuscrita, para que vean que no me ha temblado el pulso al escribirla”.
Inteligente y estratega –como siempre-, realizó un solo pedido que le fue concedido por el presidente: Despedirse de los obreros. A través de la Cadena Nacional de radio, le habló al país. Pidió calma y comunicó que dejaba firmado un decreto aumentando el sueldo y dejando instaurado un salario mínimo, vital y móvil. Como resume Felipe Pigna: “El discurso tenía un objetivo preciso: dejarle en claro a los trabajadores que sin él en el gobierno, todas las conquistas de las que estaban comenzando a disfrutar corrían un serio peligro y que debían prepararse para luchar por su retorno”. Fue apresado y trasladado a la isla Martín García el 13 de octubre de 1945. Pero la pugna por su liberación ya había comenzado a encenderse.
A pesar de los esfuerzos de Perón por situar a Eva Duarte en un papel fundamental en los sucesos de octubre, el historiador Hugo Gambini, luego de una investigación, explicaría: “La versión del activismo de Evita y de un fuerte diálogo con Perón instándolo a reasumir el liderazgo, es inexacta. Ella viajó el sábado 13 a Junín–tras la detención de su prometido- y volvió el miércoles 17, cuando le avisaron que Perón estaba en el hospital militar”. El futuro presidente trastocaría constantemente los hechos históricos para adecuarlos a su conveniencia. En su exilio español pueden encontrarse sobradas muestras de acontecimientos inexactos que él contaba como ciertos.
Durante esos días de octubre, en el Círculo Militar corrieron varias ideas: Entregar el gobierno a la Corte Suprema de Justicia, llamar a elecciones libres, matar a Perón o –en el menor de los casos- exiliarlo en algún país alejado. Nada de esto sucedió.
Mientras tanto, los allegados a Perón planeaban su regreso. A través de una treta que organizó su médico personal, exigieron la vuelta a Buenos Aires del general, pues la humedad de la isla podía afectar su salud. Finalmente el 17 de octubre apenas entrada la mañana, mientras la gente caminaba hacia la plaza de Mayo, su líder arribó al puerto y fue derivado al hospital militar.
A pesar de inusitados esfuerzos del presidente Farrell porque los obreros se dispersaran, la gente seguía firme en la plaza, apaciguando el calor de la primavera porteña con los pies metidos en la fuente. No se conformaban con escuchar que su cabecilla había sido liberado, lo querían hablándoles desde el balcón. El problema residía en que ni los militares estaban dispuestos a darle la palabra, ni Perón estaba muy convencido de pedirla.
Un personaje secundario, intrépido y lanzado resolvió lo que otros no podían. Eduardo Colom era director del diario La Época. No tenía qué hacer en el balcón de la Casa Rosada, pero entre los descuidos de ese día se había colado y se encontraba allí, a metros del micrófono. Como nadie podía acallar a las masas trabajadoras, él se ofreció a intentarlo. Desesperados, le dieron un lugar, le pidieron que informara que Perón estaba libre y exigiera a la multitud que se disolviera. Pero Colom vio su oportunidad y, frente al micrófono, dijo que no creía que su líder hubiese sido liberado, por lo que invitó a los obreros a esperar y se ofreció a buscar él mismo a Perón.
Bajó, frenó un auto y al grito de “su coche será histórico. Vamos a buscar al Coronel Perón”, se hizo llevar hasta el hospital. Lo convenció de que hablara a su público y volvieron juntos a la Casa Rosada.
Finalmente, a las once y diez de la noche, la gente que aún esperaba en la plaza, vio salir a Perón al famoso balcón. Farrell lo presentó con pompa y se fundieron en un efusivo abrazo. Se entonaron las estrofas del himno nacional y por fin, minutos antes de las doce, se escucharon las primeras palabras de quien se convertiría, pocos meses después, en el presidente de la Nación.
En esas improvisadas palabras, con la facilidad que lo caracterizaba para la oratoria, se refirió a lo que había pasado en aquellos días, agradeció la fidelidad de esa gente que había luchado y deseado su regreso y, luego de pedirles que se retiraran en paz, finalizó: “Pido a todos que nos quedemos por lo menos quince minutos más reunidos, porque quiero estar desde este sitio contemplando este espectáculo que me saca de la tristeza que he vivido en estos días”.
Los diarios del 18 de octubre apenas se iban a hacer eco del discurso de Perón. Es decir que aquella jornada no parecía tener la importancia que con el correr de los años alcanzó. Con el tiempo comenzó a denominarse “el día de la lealtad peronista” a ese 17 de octubre. La noche en que Perón en el balcón de la Casa Rosada, junto sus manos en lo alto e hizo aquel famoso gesto por primera vez.
*Abogado, diplomado en Historia Política Argentina. Estudiante de Periodismo.