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Historias de la Historia de Carli Claa

20/11/2011 – La derrota que supo a victoria

 


 

La derrota que supo a victoria

Por Carlos C. Claá *


20 de noviembre de 1845. A 166 años de la batalla de la Vuelta de Obligado

 

¿Qué hubiese pasado si en la segunda mitad del siglo XX, Estados Unidos y la Unión Soviética hubiesen intentado invadir cualquier país? La analogía podría describir, con claridad, lo que pasó el 20 de noviembre de 1845. Inglaterra y Francia, los imperios más poderosos y, a la vez, enemigos históricos entre sí, se aliaron por primera vez para invadir Argentina.

El objetivo de la escuadra europea era obtener la libre navegación de los ríos interiores de las Provincias Unidas. De esa manera, podrían comerciar tanto con Paraguay como con toda la zona del litoral. Por lo tanto, 90 buques, algunos de guerra y otros tantos de comercio, se dispusieron a entrar por el Río de la Plata y colarse en el Paraná. No esperaban ninguna respuesta armada de los lugareños, después de todo, contaban con el poder suficiente como para vencer a cualquier ejército.

Pero no se habían percatado de que el responsable de las Relaciones Exteriores, el general Juan Manuel de Rosas, era un fanático de la soberanía del territorio nacional. Y tampoco habían tenido en cuenta que el encargado de la defensa, Lucio N. Mansilla, a falta de recursos, tenía inteligencia y coraje de sobra.

Desde 1844, Rosas sabía que el ataque naval anglo-francés era inminente, por lo tanto, habían comenzado a planear la protección nacional. Encontraron la Vuelta de Obligado, un pronunciado recodo en el Paraná, cerca de San Pedro, donde el río tiene sólo 700 metros de ancho. Esa curva estrecha dificultaba la navegación de los barcos, por lo tanto deberían frenar su marcha y pasar de a uno por vez para continuar su viaje al norte.

Mansilla cruzó tres gruesas cadenas a lo ancho del río, sostenidas por 24 lanchones ubicados en ambas orillas. Sobre la rivera dispuso los únicos treinta cañones con los que contaba. Todos con calibre de entre 8 y 20, mientras los invasores venían equipados con bocas de fuego calibre 80. Detrás de las trincheras, dos mil hombres que formaban una milicia improvisada, dotados solamente de armas blancas, esperaban el desembarco extranjero. El único buque de guerra nacional era el Republicano, que sumaba 6 cañones más de limitado alcance.

El 18 de noviembre, los barcos invasores se dejaron ver por primera vez. Pero esperarían las condiciones climáticas favorables para atacar. El 20, por la mañana, el combate comenzaría.

“Allá los tenéis”, dijo Mansilla a su milicia, momentos antes de comenzar a luchar. “Considerad el insulto que hacen a la soberanía de nuestra patria al navegar, sin más título que la fuerza, las aguas de un río que corre por el territorio de nuestro país. ¡Pero no lo conseguirán impunemente! Trémola en el Paraná el pabellón azul y blanco. Y debemos morir todos antes que verlo bajar de donde flamea”, completó el general. Finalmente, al tradicional grito de “viva la patria” los cañones nacionales comenzaron a disparar.

Los anglo-franceses respondieron con sus 96 bocas de fuego que, por su mayor alcance, producían más daño que la artillería nacional. De cualquier manera, las milicias criollas lograron estropear algunos buques extranjeros, pero la falta de municiones hizo que el fuego no pudiese durar mucho tiempo más.

A mitad de la tarde, sobre las 17, sonaría el último cañonazo nacional. El único buque criollo ya había sido hundido por su propio comandante, para que no cayese en manos enemigas. Los extranjeros aprovecharon para desembarcar y se trenzaron en una lucha cuerpo a cuerpo con las huestes locales que, sin armas pero con muchas agallas, lograron mantenerse firmes por tres horas más. Sobre las 20, luego de casi 10 horas de lucha y con Mansilla herido por una metralla, el ejército nacional, definitivamente, fue vencido.

250 criollos perdieron su vida y 400 fueron heridos. Del otro lado, 26 extranjeros murieron y 86 tuvieron lesiones.

A pesar de la derrota, la lucha del 20 de noviembre tuvo sus frutos. El historiador José María Rosa explica: “No se estaba allí para ganar, sino para que los gringos no se la llevaran de arriba”. Y así fue. La expedición comercial debió retrasarse dos meses, por las averías que habían recibido las naves. Además, cuando estuvieron listos para zarpar nuevamente, sólo 52 buques, de los 90 que habían iniciado la expedición, decidieron continuar. Los demás emprendieron, asustados, un rápido regreso.

Días después de la batalla, el periódico La Gaceta Mercantil, resaltaría “el valor heroico de los soldados que no han podido abatir los invasores, a pesar de la inmensa ventaja de su armamento. Esta memorable jornada ha multiplicado nuestras fuerzas. El país, inflamado por un sacudimiento glorioso, despliega el más heroico entusiasmo”.

El historiador revisionista, Pacho O´Donnell, resume: “Rosas no era ingenuo y sabía que no podía ganar. Pero quería causarle daños suficientes para que esa invasión, que era más que nada comercial, sufriera pérdidas. Así no volverían a intentar penetrar el territorio de la nación nuevamente”.

El intento de intervención anglo-francés no les fue satisfactorio. Mientras remontaban el Río Paraná, rumbo a Paraguay, siguieron siendo acosados desde las orillas por cañoncitos criollos que les producían algunos daños. Los comerciantes extranjeros no pudieron vender demasiado de lo que traían, ni comprar lo que deseaban llevarse. Así, muchas naves volvieron a Europa con lo mismo que habían cargado cuando zarparon.

El general San Martín, ya diezmado en su salud, estuvo al tanto de los acontecimientos del 20 de noviembre de 1845. En varias de sus cartas puede leerse la satisfacción que le produjo el accionar de Rosas y de las milicias criollas en aquella jornada. Por eso, en su breve testamento, enunció: El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la independencia de la América del Sur le será entregado al general Juan Manuel de Rosas, como prueba de la satisfacción que, como argentino, he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla”.

Tal fue la importancia de la batalla de la Vuelta de Obligado, que en una carta, el Libertador de América había escrito: “Esta contienda tuvo tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de España”.

Gracias a la intervención del historiador revisionista José María Rosa, en el año 1974, se sancionó una ley que instauró al 20 de noviembre como “Día de la Soberanía Nacional”.


*Abogado, diplomado en Historia Política Argentina. Estudiante de Periodismo.

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