Los narcos se la llevaron de un jardín y su madre la encontró 24 años después. El contacto se dio a través de una publicación en Facebook. Cómo fue el reencuentro.
«Hola, hija. Quiero que sepas que te sigo buscando. Le pido a Dios que me estés buscando». Los posteos en la página de Facebook «Buscamos a Marina Fernanda Aragunde» se repiten. También en otro grupo llamado «¿Dónde estás?». Hay fotos, recuerdos y en los textos se trasluce el desgarro de una madre a la que le robaron a su hija, de cuatro años, como parte de una aparente venganza narco.
Marina Fernanda fue arrebatada el 1° de febrero de 1995 de su casa, en Marcos Paz, y nunca más se supo de ella. Hasta ahora. A principios de abril, y gracias a las publicaciones en redes sociales, la joven de 28 años encontró a su madre biológica. Se contactó con ella, le ofreció datos para que ambas pudieran verificar que estaban frente a la persona que buscaban desde hace años.
«Me reconozco en una foto de Facebook en el grupo ‘¿Dónde estás?’. Hablo con ella por privado y le empiezo a brindar muchísimos datos», explicó Marina, a quien sus apropiadores rebautizaron con el nombre de Valeria. La joven ofreció su testimonio a Canal 3. Por temor evitó mostrar el rostro. Desde que estableció contacto con su madre, explicó, las dos empezaron a recibir amenazas. También la hija de Marina, de 13 años.
Su historia está cruzada por un trasfondo delictivo. Su padre y su abuelo fueron detenidos en septiembre de 1995, siete meses después de que secuestraran a Marina. Fernando y Horacio Esquivel cayeron por integrar una banda que robaba comercios y que se dedicaba, además, a traficar drogas.
Ese dato permitió profundizar las pistas hacia una disputa narco, algo que a pesar de las sospechas de la madre hacia su suegro jamás pudo terminar de comprobarse judicialmente. Marina, sin embargo, tiene claro que lo que le sucedió fue una venganza contra su abuelo por ese tema.
«A mí me secuestraron y me vendieron. Se compró en Mar del Plata, en Migraciones, una identidad falsa. Fue una ajuste narco entre mi abuelo paterno y estas personas que me secuestran y me venden. Fue para hacerle daño a mi abuelo, pero no vieron que le hacían daño a mi mamá detrás de todo esto», reconstruyó Marina.
A la niña la buscaron en distintos lugares del país. Incluso en Tierra del Fuego, un lugar muy distante de su casa familiar en Marcos Paz. Marina tiene recuerdos vagos del momento en que la arrebataron del jardín, mientras jugaba. Habla de un «viaje largo», de algo que pensó que «era un sueño». Ese recuerdo va y viene. Primero fue a una casa y después la llevaron con la que fue su familia «hasta hace poco».
«La mujer que me llevó y me vendió fue una de las mujeres que tuvo mi abuelo paterno», explica, relacionando su secuestro a una traición de esa ex pareja a su abuelo.
Durante años su caso se trabajó bajo distintas hipótesis. Una red dedicada a raptar y vender niños. Maltratos familiares. La teoría de la venganza. Nada dio resultados para hallarla. Su caso llegó, como tantos otros, a las páginas de Missing Children. Hay fotos de ella cuando era pequeña, sus datos y una imagen «proyectada» para aproximarse a las facciones que podría tener a los 18 años.
Lo que la Justicia, la policía y otros organismos no lograron, lo consiguió la tozudez de Marina Beatriz Aragunde (46), la madre de la pequeña desaparecida. El posteo definitivo, el que subió el 27 de febrero pasado, tiene fotos de la pequeña, de la familia, una copia de su documento de identidad y hasta recortes de diarios.
En un artículo periodístico la mujer asegura en una frase que se convierte en título: «Siento que mi hija está viva».
En esa publicación de la red social Marina Beatriz ofrece detalles. No a cualquiera. Parecen dirigidos a su hija. Para que complete el rompecabezas. Para que lea eso y la busque.
«Hola, hija. Quiero que sepas que te sigo buscando. Te arrebataron de mi vida cuando tenías cuatro años. Ahora tenés 28. Naciste el 4 de enero de 1991 en el hospital Vélez Sarsfield. Tal vez te sientas identificada con la foto que voy a poner. Te pareces mucho a mí y a tus tíos. Tu nombre verdadero es Marina Fernanda Aragunde. Te decían Culi. Ese era tu apodo y tu tía Andrea es tu madrina. Le decías Andy. Tu papá se llama Fernando, tu abuelo paterno Horacio, tu abuela materna Elsa, pero le decías Mecha, y tú abuelo materno Jorge. Le pido a Dios que me estés buscando y que tengas recuerdos, porque es imposible que te olvides. Eras muy despierta y tenías mucha memoria», escribe Marina Beatriz.
Antes de cerrar esa carta, que está como arrojada al mar del ciberespacio, agrega el emoticón en el que se ven las manos juntas, como pidiendo por favor que su hija vea ese texto. Y Marina Fernanda lo vio, en Rosario, donde actualmente vive. Allí decidió contactarla. Con sus dudas, con sus miedos, con el corazón desbordado por la emoción.
«La primera vez que la vi fue demasiado fuerte. Estaba sentada en el bulevar Oroño. La veo venir caminando y es como que se completa el alma. Son recuerdos que vienen. No me acordaba de ella. Se me venían figuras de cuerpo, pero no las caras. Sí cuando le vi las manos, con el roce y con todo. Fue muy fuerte», contó la joven en la entrevista televisiva.
En el reencuentro le preguntó si alguna vez bajó los brazos, si pensó que estaba muerta. La respuesta fue contundente, con la seguridad que una madre puede tener sobre el destino de un hijo: «Jamás. Siempre sentí que estabas bien y viva. Y que me iba a morir viéndote».
Para reconstruir su historia, para buscar algo de lo que perdió en estos 24 años de ausencia, Marina Fernanda inició los trámites legales que le permitirán recuperar su verdadera identidad. Espera una partida de nacimiento y un acta para completar el trámite. «Es el principal derecho de una persona: uno nace con el derecho a saber quién es», explica.
Hay otra parte de la historia que madre e hija tienen que cerrar. Desde que se produjo el reencuentro comenzaron a recibir amenazas. La joven decidió entregar copia de todas las pruebas que reunió sobre su caso y su historia a distintas personas. Como una forma de sentirse protegida. Por eso, también, decidió hablar con Canal 3.
«Tengo miedo. Mucho. Pero el miedo no me va a detener», explica. Prefiere detenerse, sí, en otro dato que la conmociona, que la moviliza y que volvió a darle un giro brusco a su vida. «Después de 24 años me encontró», dice como un agradecimiento incrédulo hacia su madre, la mujer que a pesar de las ausencias, los años y el miedo siempre supo que volvería a ver a su hija con vida. Y que, finalmente, lo logró.
FUENTE: CLARIN