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Historias de la Historia de Carli Claa

04/09/2011 – Perón: El complicado camino al exilio

 


Perón: El complicado camino al exilio

 Por Carlos C. Claá *


La noche del 19 de septiembre de 1955, Juan Domingo Perón sabía que su caída estaba sellada. El desgaste social de una década de poder, los conflictos con la iglesia y el descontento militar eran los fundamentos principales para que se produjera el tercer golpe de estado en la historia nacional.

La cabeza del presidente era la más buscada. Y su estadía en el país hacía peligrar su vida.

Esa noche, encerrado en su habitación, ideó un plan de escapatoria. Mientras sus secretarios preparaban valijas con ropa y juntaban todo el dinero posible, Perón hizo aprestar un avión en Aeroparque con banderas argentinas y paraguayas y lo hizo despegar ante la vista de numerosos testigos. Rápidamente, entre militares corrió la noticia de que el General se había marchado al país vecino y eso le dio algunas horas de ventaja. Recién se darían cuenta de que habían sido engañados cuando el presidente se encontraba a buen resguardo.

Pero la salida del derrocado no iba a estar exenta de numerosos escollos. La última mañana de otoño, Perón partió en su Cadillac, acompañado por su chofer y dos asistentes, rumbo a la embajada de Paraguay. El embajador consideró que ese no era un lugar seguro, teniendo en cuenta los atentados que habían ocurrido en la Plaza de Mayo tres meses antes –que causaron la muerte de 308 personas-. Por lo tanto, en primera instancia, se le ocurrió esconderlo en su casa particular. Pero luego decidió llevarlo a la cañonera Paraguay, que se encontraba amarrada en el puerto de Buenos Aires, siendo reparada.

Mientras escapaban hacia el puerto, el motor del Cadillac se paró y hubo que empujar el vehículo para que volviera a arrancar. Para eso, Perón pidió a un colectivero que los ayudara en la tarea. Tamaña sorpresa para el chofer del ómnibus: el presidente de la nación, el hombre más buscado del momento, le pedía auxilio a él. Seguramente, ese día volvió a su casa con el orgullo a cuestas de haber ayudado al mismísimo Juan Domingo Perón a llegar sano y salvo a su refugio.

Desde la cañonera Paraguay, el ex primer mandatario escuchó cómo Lonardi declaraba el éxito de la “Revolución Libertadora” y quedó a la espera de que le permitieran exiliarse en el país vecino, de acuerdo a lo que indicaban los Tratados de Montevideo de 1989 y 1940.

El 3 de octubre, el gobierno militar le concedió la salida del país con todas las garantías. Pero en vez de hacerlo por vía fluvial, la retirada fue aérea. De acuerdo al historiador Felipe Pigna, Lonardi no permitió que Perón remontara el Paraná por miedo a que desde las orillas del río, al pasar por las ciudades –principalmente por Rosario-, se produjeran revueltas peronistas.

El hidroavión paraguayo Catalina acuatizó en el Río de la Plata. El historiador Hugo Gambini narra que al intentar subir a la nave, el ex presidente perdió su estabilidad por el fuerte oleaje y fue salvado de caer al agua justamente por uno de sus enemigos: el flamante canciller Mario Amadeo, quien respondía a Lonardi y estaba allí para garantizar la salida pacífica del asilado.

El despegue no fue nada fácil. El mismo Perón se lo relató al catedrático norteamericano Joseph Page: “El piloto enfiló hacia mar abierto, pero el avión luchaba contra la corriente sin poder despegar. Parecía que estuviese pegado al agua. Seguimos flotando por dos kilómetros, después de los cuales se levantó unos metros, pero volvió a caer súbitamente y con violencia sobre el río encrespado. El piloto no se desanimó, volvió a intentar el despegue y a poco rozamos los mástiles de una nave y finalmente pudimos emprender el viaje”.

El tropiezo al abordar el avión y los frustrados intentos de despegue parecían presagiar lo complicado que iba a resultar aquel exilio para el líder de los descamisados. Aunque Juan Domingo Perón se mostraba tranquilo y lúcido. Luego de instalarse en Asunción, haría una declaración para la agencia The Asociated Press que también sonaban a profecía. Ante la pregunta de un corresponsal acerca de qué pensaba hacer para volver a su país, el General atinó a contestar: “Nada. Todo lo harán mis enemigos”.

A pesar de que el deseo de Perón era quedarse en el país vecino, el ejército argentino pidió al dictador Stroessner –quien presidía Paraguay- que el exiliado fuese trasladado a un estado transoceánico. La idea de tener al líder justicialista tan cerca no era bienvenida por los dueños de la “Revolución Libertadora”. Para mantener las relaciones armónicas entre ambos países, Stroessner le indicó a Perón que siguiera su rumbo hacia otra nación.

El 2 de noviembre, un mes después de su llegada a Paraguay, el ex presidente continuó su agotadora travesía por distintos países latinoamericanos, buscando el lugar donde instalar la base necesaria para lograr el objetivo de volver a Argentina.

En Panamá conoció a quien se convertiría en su tercera esposa: María Estela Martínez, quien tenía 24 años -38 menos que Perón- y se hacía llamar Isabelita. Trabajaba en un cabaret, bailando folklore, tangos y danzas españolas. Pero apenas conoció al General, continuó su camino, abandonando su vocación.

La ruta del ex presidente lo llevó luego a Nicaragua, Venezuela y República Dominicana. De todos los países debía retirarse debido a las amenazas y ataques que recibía, y a las presiones que los demás países ejercían.

Por eso, en 1960 –cinco años después de haber sufrido el golpe de estado-, debió abandonar Latinoamérica y viajar a la España del dictador Franco. Allí desfilarían políticos, peronistas y opositores, y se comenzaría a organizar –a diez mil kilómetros del país-, el futuro de Argentina.

El Partido Justicialista siguió siendo preponderante, aún con la ausencia física de Perón. Y si no ganaba elecciones era solo por la proscripción que imponían los militares. Pero el candidato que el General señalaba era el triunfador –como sucedió con Frondizi, a pesar de ser un líder de la oposición-. En casi dos décadas fuera del país, Juan Domingo Perón no perdió el poder. Por eso cuando los militares no pudieron mantener más el cerco proscriptor de los candidatos peronistas, el ex presidente comenzó a planear su regreso al país.

18 años después –el 20 de junio de 1973-, una multitud esperó su arribo en Ezeiza. Donde se produciría un enfrentamiento trágico entre facciones de derecha e izquierda que, increíblemente, respondían al mismo líder.

Un Perón demasiado viejo sería reelecto presidente en octubre de ese mismo año. Pero moriría siete meses después, el 1 de julio de 1974.



*Abogado, diplomado en Historia Política Argentina. Estudiante de Periodismo.

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