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Historias de la Historia de Carli Claa

28/08/2011 – Cuando se comieron a Juan Díaz de Solís

 


Cuando se comieron a Juan Díaz de Solís

 Por Carlos C. Claá *


Las tres carabelas bajaron por la costa de Brasil, bordeando el territorio americano. Pero, de un momento a otro, la tierra desapareció y un gran charco azul se extendió hacia el oeste. El agua era distinta a la del océano y Juan Díaz de Solís, perspicaz, no tardó en darse cuenta. Mandó a uno de sus subordinados a que la probara, y este volvió con la noticia de que, a diferencia del agua oceánica, ésta era suave y dulce.

Tenían dos opciones, seguir hacia el sur por la línea del océano o penetrar este Mar Dulce, intentar encontrar una salida hacia el oeste y descubrir un nuevo camino para ir a India. Entonces, Díaz de Solís, decidió meterse en ese río interminable –al que más adelante llamarían Río de la Plata- y con eso escribir una hoja más en la historia de América, y la última hoja de su vida.

La travesía había comenzado en 1515, cuando las tres carabelas partieron del puerto de Sanlúcar de Barrameda, España, con sesenta tripulantes. Juan Díaz de Solís, el capitán, anhelaba encontrar un paso desde el Océano Atlántico hacia el nuevo océano que acababan de descubrir – que luego llamarían Pacífico-.

Pero en los primeros días de aquel agobiante febrero de 1516 es cuando la historia comienza a hacerse interesante.

El capitán ordenó cambiar el rumbo de su carabela y penetrar ese río de aguas barrosas, que por su gran profundidad, pudo surcar sin inconveniente. Bordeó la costa uruguaya y a los 150 kilómetros bajó de su barco por primera vez. El despensero de la expedición había muerto en el viaje y, para darle un cristiano sepulcro, descendió a una isla rocosa de pequeña extensión. En honor al trabajador, llamó a la isla con su nombre: Martín García.

La historia argentina se encargaría de darle un papel fundamental a esta isla, pues allí estuvieron detenidos algunos presidentes de la nación: Hipólito Yrigoyen, Juan Domingo Perón y Arturo Frondizi.

Solís volvió a su nave y siguió dándose paso por su Mar Dulce –que luego sería cambiado a Río de Solís y finalmente a Río de la Plata-, y descubrió que no estaban solos. A lo lejos comenzaron a divisarse casas y una multitud de aborígenes que, ante el paso del barco, le ofrecían lo que tenían poniéndolo en el suelo y haciendo señas. De acuerdo a lo que indica un escrito de la época, Juan Díaz de Solís pensó en conseguir víveres y hasta en llevarse algunos “indios” de regreso a Castilla.

Más al norte, en la costa brasileña, ya habían visto gestos de amistad de los lugareños, que le ofrecían frutas frescas y otros alimentos, por lo tanto no tenían por qué dudar de esa demostración de bondad.

Entonces, Solís y siete tripulantes, acondicionaron un bote y se acercaron a la orilla. Ante la invitación de los nativos se adentraron por un arrollo y se fueron alejando del Mar Dulce. Cuando ya no había vuelta atrás, los aborígenes se le fueron encima, los bajaron del bote, los golpearon y, ante la vista de los demás tripulantes de la carabela, los mataron y se los comieron.

Quiso el destino que no quisieran matar al joven Francisco del Puerto, pero lo tomaron cautivo y vivió muchos años con aquellos indios, hasta que fue rescatado por otra expedición española. Sirvió de intérprete en posteriores intercambios comerciales. Pero un día, por considerarse mal pago, planeó una venganza junto a los indios, en la que murieron muchos europeos.

Los demás marineros observaron atónitos cómo su capitán y sus compañeros eran devorados por los nativos. Entonces, sin más que hacer y, probablemente, muy asustados, no tardaron en dar vuelta su nave y marcharse sin oponer resistencia. Francisco de Torres, el cuñado de Solís, fue quien tomó el mando de la expedición y la llevó de regreso a España.

Ese fue el final de Juan Díaz de Solís, aquel piloto mayor que intentó encontrar un paso transoceánico, o como él lo llamaba “las espaldas de Castillas de Oro –América-“, y terminó siendo devorado por los aborígenes que cuidaban sus tierras de toda invasión.

Solís se convirtió en el primer europeo en pisar tierras que serían argentinas. Y además bautizó la isla Martín Gracia, nombre que se conserva hasta la actualidad.

Aún se discute si los indígenas que mataron y se comieron a aquellos españoles eran charrúas o guaraníes. Los primeros parecen quedar descartados, porque no habitaban la zona donde desembarcó Solís y no practicaban el canibalismo. De los segundos se conocen historias en las que sus víctimas eran devoradas –para absorber sus virtudes-, pero tenían un ritual para hacerlo. Por eso, la hipótesis más moderada es la que explica que aquellos aborígenes no pertenecían a ningún pueblo autóctono, y que, probablemente, habían asimilado el canibalismo guaraní, pero sin respetar los pasos de aquel rito.

Esto demuestra la barbarie en la que vivían los nativos. El salvajismo y la ferocidad con la que defendían sus tierras. Pero, no por ello, debe ignorarse que de no haberse protegido, muchos indígenas hubiesen sido secuestrados y llevados a España para ser tratados como animales.

Si bien con la óptica actual un hecho similar sería impensado y, por supuesto, totalmente abominable, se debe resaltar que los aborígenes defendían lo suyo, contra quienes venían a destruir y saquear todos sus lugares. Y que, a lo largo de la historia, sufrieron vejámenes peores, en pos de ser cristianizados y culturizados.

Por eso, esta historia resuena casi como una pequeña venganza. Tantos indígenas muertos, tanta cultura destruida. Al menos ese día los que huyeron espantados fueron los europeos. El día que los nativos se comieron a Solís.



*Abogado. Diplomado en Historia Argentina. Estudiante de Periodismo.

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