El Estrecho de Magallanes
Por Carlos C. Claá *
El hambre comenzaba a apremiar, al punto en que la vida empezaba a valer cada vez menos. Las cinco carabelas, las naves menores y los doscientos cincuenta tripulantes al mando de Fernando de Magallanes, llevaban casi un año navegando –y el peso de todas las expediciones anteriores que habían fracasado-, desde que habían zarpado de España, en septiembre de 1519.
No hay precisión del día, pero sí de que fue en alguna de las primeras madrugadas de noviembre de 1520, cuando la expedición de Magallanes encontró, por fin, la apertura del Nuevo Mundo –como llamaban a América- hacia el otro lado, al lado desconocido, que le permitiría, si sus cálculos no fallaban, dar la vuelta al planeta, cargarse de riquezas, y regresar a España.
Durante ese año de navegación, Magallanes –el portugués convertido en español tras un disgusto con su rey- había llegado hasta el Río Solís –que posteriormente se convertiría en el Río de la Plata- y bautizado allí a un cerro como el “Monte de Santo Ovidio”, que luego sería abreviado a Montevideo.
Tras una corta y frustrada exploración por los ríos interiores, se decidió a bajar hacia el sur, más allá de donde los mapas indicaban al fin del mundo –hasta ese momento, la parte más austral del planeta estaba en el paralelo 45°, a la altura de lo que hoy es la provincia de Chubut-.
Durante la travesía hacia el sur, los ánimos comienzan a flaquear. No fueron pocos los capitanes que insistieron con regresar, sin éxito pero vivos, y seguir viajando a África por la ruta convencional. Magallanes debió actuar con mano dura. Según indica José María Rosa en Historia Argentina, “dio muerte a algunos y abandonó a otros en la desolada tierra patagónica”.
La expedición continuó, decidida a ir hasta el fin del mundo, pues Magallanes tenía el convencimiento de que en algún momento el Mundo Nuevo tenía que terminar y darles el paso que están buscando.
El 21 de octubre llegó a un cabo que llamó “de las Once Mil Vírgenes”-actualmente conocido como Cabo Vírgenes-. Estaba en la boca este del estrecho, pero todos lo confundieron con una bahía cerrada.
Magallanes decidió detener los barcos mayores en el cabo que acababa de bautizar y, mientras las naves menores deambulaban para reconocer el espacio, la casualidad los haría parte de la historia.
Se acababa de desatar una tormenta que hizo perder el control de las naves que exploraban el lugar. Entonces, el viento terminó por arrastrar aquellos barquitos hacia la costa.
Desde allí, oculto tras lo que creían que era la bahía cerrada, los capitanes pudieron divisar un pequeño hilo de agua que se abría paso entre el Mundo Nuevo y los esperanzaba con alcanzar su objetivo.
José María Rosa asegura que, de no haber sido por la casualidad de aquella tempestad, “habrían seguido camino al sur”, hacia la Antártida. Pero mayor es la evidencia que deja Antonio Pigafetta, el cronista de la expedición. Él hace constar en su bitácora que “por fuerza descubrióse” el paso tan ansiado.
Al estrecho, Fernando de Magallanes lo bautizó “de Todos los Santos”. A la tierra que da margen al agua, le dio el nombre de Tierra del Fuego, por las fogatas que los indígenas hacían en la orilla para darse calor en el interminable invierno sureño, y que los europeos confundían con inmensas antorchas. Luego descubrieron, horrorizados, que los lugareños vivían desnudos y se cubrían de grasa de foca para atemperar el frío.
La expedición necesitó de tres semanas para cruzar el continente. Pigafetta describió en su diario: “Rodean el estrecho altas montañas nevadas; el mar es profundo, que se podía echar ancla solo junto a las orillas”.
El 25 de noviembre de 1520, salieron las naves por el margen oeste del continente. Ante sus ojos se abrió paso una inmensidad azul, de agua tan calma que Magallanes no dudó en nombrarlo Océano Pacífico.
Pero el éxito obtenido al encontrar el paso por el Mundo Nuevo, solo fue una dosis extra de optimismo, que duró hasta que el hambre, la sed y el desaliento volvieron a prevalecer.
El 27 de abril, Magallanes murió en un combate y tomó el mando de la expedición Juan Sebastián Elcano. Éste solo era maestre, pero eran tantos los capitanes y pilotos que habían sido muertos o habían desertado, que no había nadie de mayor rango para suceder al descubridor del estrecho.
Elcano, con una sola nave, llegó a San Lúcar de Barrameda, España, el 7 de septiembre de 1522: tres años después de que hubiesen zarpado desde ese mismo puerto. Pero de los doscientos cincuenta hombres que acompañaban a Magallanes, solo regresaron dieciocho.
El maestre, devenido en piloto, volvió a zarpar en 1955 con una gran expedición de seis naves mayores y unas cincuenta menores. Quería completar la vuelta al mundo de una manera más organizada, aprovechando que conocía el trayecto. Sin embargo, aquel se convirtió en el viaje más trágico de la historia.
Tras una navegación desastrosa en la que muchas veces confundieron el rumbo, los tripulantes fueron muriendo y solo un pequeño puñado de personas, con la salud muy deteriorada, pudieron volver a tocar tierra con vida.
Por mucho tiempo, la ruta del estrecho de Magallanes sería abandonada. Con esos trágicos antecedentes nadie quería aventurarse a seguir explorando el paso que, alguna vez, todos habían anhelado descubrir.
*Abogado, diplomado en Historia Política Argentina. Estudiante de Periodismo.