La batalla final
Por Carlos C. Claá *
A 150 años de Pavón, el misterioso combate que definió el destino del país.
La Confederación Argentina ya era libre e independiente, pero aún faltaban décadas de luchas internas para conformar la Nación. Unitarios y federales se debatirían cómo iba a ser la organización nacional en cruentas batallas que no hacían más que dejar muertos, de un bando o de otro, pero todos argentinos.
En 1853 se dictó la Constitución Nacional en Santa Fe, a la que adhirieron todas las provincias, menos Buenos Aires. Ésta se transformó en un Estado soberano, diferente al resto. No iban a aceptar ser liderados por un caudillo del interior, que se compartieran sus recursos aduaneros y no ser la provincia hegemónica del país. Del otro lado, la Confederación elegía como primer presidente constitucional al entrerriano Justo José de Urquiza.
Por muchos años, Argentina seguiría dividida en dos. Urquiza intentaba negociar con los unitarios para unir al país, pero no llegaban a ningún acuerdo. Más allá de cuestiones ideológicas, la Confederación tenía grandes problemas económicos, y necesitaba de Buenos Aires –principalmente de su aduana- para subsistir. Para colmo, Valentín Alsina –gobernador de Buenos Aires-, sancionaba un decreto en el que se establecía que los productos del interior se trataban como extranjeros, así que debían pagar los mismos aranceles.
La falta de arreglos diplomáticos entre los bandos determinó que en 1850 se levantaran en armas y se produjera la batalla de Cepeda. Los federales resultaron victoriosos y obligaron a Buenos Aires a firmar el Pacto de San José de Flores, para reincorporarse a la nación.
Pero ni siquiera ese combate y esa declaración, pudieron apaciguar el conflicto entre unitarios y federales. Por aquellos años, cuando el presidente de Argentina era Santiago Derqui, a pesar del compromiso que había asumido Buenos Aires –al mando de Bartolomé Mitre- no dejaba de negociar con las provincias para recuperar el poder que, creían los unitarios, debían tener.
Es por todo esto que en 1861 comenzaron a prepararse para una nueva batalla.
El ejército federal juntó 15 mil combatientes, y se puso al mando el General Urquiza, quien arrastraba en su haber muchos enfrentamientos exitosos. La provincia de Buenos Aires contaba con 20 mil hombres preparados para la batalla, pero su líder, Mitre, nunca había ganado una.
Según datos que halló el historiador José María Rosa, nadie dudaba de que esa iba a ser una victoria más del ejército de Urquiza, como había sucedido en Cepeda, dos años antes.
El 17 de septiembre, las milicias se encontraron a orillas del arrollo Pavón, al sur de Santa Fe y a pocos kilómetros de Buenos Aires. En solo dos horas de combate parecía que el éxito federal era inminente.
La caballería del General Urquiza había arrollado a la enemiga y la perseguía en su regreso a Buenos Aires. Los flancos izquierdo y derecho estaban dominados por los del Interior, y solo una tímida resistencia de la parte media del ejército porteño les impedía haber terminado con el combate. Inclusive López Jordán y Virasoro –caudillos que acompañaban a Urquiza-, escribían informes “en el campo de la victoria”, para darle la idea al general de que el triunfo era un hecho.
Cuando Mitre comenzaba a retirarse con otro fracaso a cuestas, le llegó un famoso parte que torció el rumbo de la historia: “¡No dispare, general, que ha ganado!”. Y Mitre no entiendía cómo, ni por qué, pero de puro curioso abandonó la huída y se quedó a esperar, para saber qué había pasado.
Justo José de Urquiza emprendió la retirada. Ordenó a sus milicias volver tras sus pasos hacia el norte y nadie entendió por qué. A sus lugartenientes les costaba concebir la orden que habían recibido, pero el General, al trote de su caballo, regresó a Rosario, cruzó a Entre Ríos y de ahí no volvió más.
Todos esperaban que Urquiza volviera, Derqui le escribió en diferentes oportunidades a la espera de su regreso. Incluso Mitre, quien luego de que le comunicaran que había sido el vencedor –por primera y única vez en una batalla-, no se internó rápidamente en Santa Fe: Esperó ser reabastecido de caballos y mientras tanto observaba los movimientos de los enemigos.
En el parte de guerra el entrerriano se excusó, y explicó que abandonó la lucha “enfermo y disgustado al extremo por el encarnizado combate”. Pero nadie duda de que esa no sería la razón real, un hombre de lucha como Urquiza nunca hubiese abandonado por una simple enfermedad.
Las conjeturas son muchas, pero no son más que eso: Hipótesis, presunciones o suposiciones de lo que ese 17 de septiembre sucedió al sur de Santa Fe.
Hay quienes dicen que fue la masonería la que exigió que Mitre fuera el vencedor. Otros cuentan de un norteamericano, de nombre Yatemon, que la noche anterior a la batalla habría recorrido una y otra vez cada campamento y logrado arbitrar el arreglo entre los líderes: El porteño vencía en la batalla, pero le permitía al entrerriano retirarse a Entre Ríos, mantener la gobernación de su provincia y que su excelente pasar económico no fuese agredido.
Se ha dicho, también, que Urquiza estaba disgustado con Derqui y eso lo llevó a arreglar con su enemigo.
Y por último, están aquellos que cuentan que allí, en el campo de combate, Justo José entendió que si ganaban, nada iba a cambiar. Que Buenos Aires seguiría ejerciendo presión con su poder económico, y que eso llevaría a otra batalla, y a otra más.
Al retirarse, el entrerriano evitó extender esa época de luchas encarnizadas. Y, por buena o mala que haya sido su decisión, la de Pavón fue la última batalla entre unitarios y federales.
*Abogado, diplomado en Historia Política Argentina. Estudiante de Periodismo.