Alta en el cielo (primera parte)
Por Carlos C. Claá *
A 200 años de la creación y de la jura de la bandera nacional.
Las ocasiones especiales merecen tratamientos particulares. Y esta es una de ellas. El bicentenario de la creación y la primera jura de la bandera celeste y blanca, que se celebrarán el próximo lunes 27, serán desarrollados tanto en el presente como en el próximo artículo.
Como habrá más espacio para explayarse en el tema, el próximo domingo se revisará la historia de Manuel Belgrano y la primera bandera con los colores patrios. La de hoy, es una historia anecdótica que mucho tiene que ver con la bandera, aunque de un modo un tanto particular.
De chico canté esta canción cada mañana antes de entrar a clases. Formado en esas filas de jóvenes cabizbajos, llenos de sueño, con ganas de que la mañana se pasara rápido y le dejara lugar a la tarde que nos permitía jugar, entonábamos a desgano “Alta en el cielo, un águila guerrera…”. Por esas cosas de la vida, o porque llegaba a la escuela demasiado dormido, nunca me pregunté de dónde venía esa canción que cada mañana entonaba más hacia adentro que hacia afuera, con la poca fuerza y el desgano que tiene cualquier chico a las ocho de la mañana.
Resulta que “Aurora”, conocida también como “La canción a la bandera”, era parte de una ópera estrenada en septiembre de 1908. Pero que curiosamente no fue creada en honor a la enseña nacional.
Héctor Panizza fue un compositor y director argentino que nació en 1875 y estudió en Italia. A sus 17, regresó al país y comenzó a mostrar sus creaciones que fueron aceptadas por el público local. Las buenas críticas sirvieron para que el gobierno nacional lo contratara para ponerle música a una obra que evocara los sucesos de 1810.
De esa manera, Panizza creó “Aurora”. Una historia romántica que sucedía en Córdoba entre una señorita, cuyo nombre daba título a la ópera y Mariano, durante aquella fecha patria.
La obra constaba de tres actos: En el primero, Mariano –un seminarista cordobés– encontraba, el 25 de mayo, un papel escondido en la biblioteca del convento con un mensaje que decía: “Salud a la Aurora que surge en el cielo de la Patria”. Pero en esos claustros, donde se vivían aires de revolución, también convivía el otro bando. Porque el ejército realista lo utilizaba como depósito de armas. El jefe de las huestes españolas, don Ignacio de la Puente, tenía una hija cuyo nombre era Aurora.
Durante el segundo acto, Mariano se debatía entre el amor por su nación y la flamante pasión que sentía por la hija de su principal enemigo.
En una de esas noches, el pueblo rodeaba el convento para exigir la rendición de De la Puente. Entonces, avizorando el peligro que implicaba que su amada estuviese dentro de la misma casa, Mariano se colaba en el convento y llegaba hasta la habitación de Aurora para explicarle a la inocente dama lo que sucedía afuera. El acto terminaba mientras el jefe realista se debatía entre rendirse o no y mientras se escapaba la noche y aparecía, por supuesto, la aurora.
En el último acto, la paz quedaba a un lado. El ejército español se enfrentaba a los vecinos patriotas que querían la libertad. Algunos soldados realistas reconocían a Mariano y lo tomaban prisionero. Mientras Aurora lloraba y gritaba, su padre pedía furioso que fusilaran al joven. El seminarista lograba zafarse, alcanzaba a su amada y huían.
Pero mientras corrían hacia su propia libertad, un disparo erróneo alcanzaba el cuerpo de la dama. Mientras comenzaba a aparecer el sol, la joven española decía: “Mirad, es la aurora. Dios escribe en el cielo con el sol y en la tierra con su sangre”. Aurora moría en los brazos de Mariano, y un coro cantaba: “Alta en el cielo, un águila guerrera. Audaz se eleva, a vuelo triunfal…”.
Si bien recibió excelentes críticas, la obra representaba más el espíritu italiano que el argentino. Tanto era así que había sido escrita en ese idioma europeo y fue traducida al castellano recién en 1943 y reestrenada en 1945. Además, el público sólo se enteraba que los acontecimientos sucedían en Córdoba al leer el programa de la gala, porque el dato no surgía en ningún momento del espectáculo.
El escritor Juan Sasturain estudió la traducción del texto italiano al español y descubrió que algunas de las frases de la canción sufrieron, en la adaptación, errores de interpretación: “En el original italiano no hay ‘aurora irradial‘, (que no existe en castellano), sino ‘aurora irradiale‘, es decir, la aureola de rayos del amanecer que, como la que ilumina la cabeza de los santos, ilumina el águila” explicaba Sasturain. Y agregaba: “Además, se traduce el verso ‘il rostro d‘or punta de freccia appare‘ como: ‘Punta de flecha el áureo rostro imita‘, cuando ‘rostro‘ es ‘pico‘ en italiano. Es decir que el pico del águila, iluminado, parece una punta de flecha, el extremo metálico del asta”.
Héctor Panizza, el joven compositor, nunca podía haber imaginado que la canción del final de su obra iba a convertirse nada más y nada menos que en el saludo a la bandera. Principalmente porque su ópera refería a los acontecimientos de mayo, cuando aún no había sido creada la enseña nacional. Pero la licencia artística parecía simpatizarle al público, que ovacionaba a los actores cuando entonaban esas estrofas.
La versión traducida de la ópera se estrenó en 1945 con la presencia del presidente Edelmiro J. Farrell. Y, como sucedía con la obra en italiano, los mayores aplausos se los llevó la canción dedicada al águila celeste y blanca. Movilizado por la ovación, ese mismo año el presidente firmó un decreto en el que incluía a “Aurora” dentro del conjunto de canciones patrias.
Desde allí, cada vez que se iza o se arría una bandera, se entonan los versos de esa canción dedicada a la amante de Mariano, que murió en sus brazos.
De Belgrano, y de la historia de la creación del símbolo nacional, se hablará la próxima semana. Por lo pronto, ya sabemos de dónde salió ese tema que los alumnos cantamos, cantan y cantarán cada mañana en la escuela, formados en esa fila de chicos dormidos y desganados, justo antes de entrar al aula. “Es la bandera, de la patria mía. Del sol nacida que me ha dado Dios”.
*Abogado, diplomado en Historia Política Argentina. Estudiante de Periodismo